Al igual que el organismo segrega la libido (el líquido sexual que Freud identificó, pero que ningún laboratorio consiguió aislar jamás) el vitriolo se genera cuando un ser humano está bajo los efectos del miedo. La mayoría de las personas afectadas logra identificar su sabor, que no es ni dulce ni salado, sino amargo – de ahí viene que las depresiones se asocien indisolublemente con la palabra “Amargura”.
Todos los seres humanos tienen Amargura en su organismo –en mayor o menor proporción- así como casi todos tenemos el bacilo de la tuberculosis. Pero estas dos enfermedades sólo atacan cuando el paciente está debilitado, y en el caso concreto de la Amargura, el terreno para el desarrollo de la enfermedad está abonado cuando previamente ha germinado el miedo a lo que se conoce como “realidad”.
Ciertas personas, movidas por el afán de construir un mundo en el que no pueda penetrar ninguna amenaza externa, fortifican exageradamente sus defensas contra el exterior (gente desconocida, lugares nuevos, experiencias diferentes) y dejan el interior desguarnecido.
Partiendo de esta situación, la Amargura comienza a causar daños irreversibles.
El principal objetivo de la Amargura (o Vitriolo, que diría Freud) es contaminar la voluntad. Las personas que sufren este mal van abandonando sus deseos, y al cabo de pocos años ya no consiguen salir de su mundo, pues gastaron enormes reservas de energía construyendo unas murallas altísimas con la intención de que la realidad fuese como habían deseado.
Al evitar los ataques desde el exterior, están limitando también el crecimiento interno. Siguen yendo a sus trabajos, viendo televisión, quejándose de los atascos y teniendo hijos, pero todo eso ocurre de manera automática, sin llegar a entender bien por qué actúan de esta manera – al fin y al cabo, todo está bajo control.
El gran problema del envenenamiento por Amargura consiste en que todas las pasiones (odio, amor, desesperación, entusiasmo, curiosidad) dejan también de manifestarse. Transcurrido algún tiempo, ya no le queda al amargo ningún deseo. No tiene ganas de vivir, ni de morir. Éste es el problema.
Por eso, para los amargos, los héroes y los locos resultan siempre fascinantes: porque no tienen miedo de vivir ni de morir. Tanto los héroes como los locos son indiferentes ante el peligro, y siguen adelante aunque todo el mundo les diga que no deben hacer determinada cosa. El loco se suicida, el héroe se ofrece al martirio en nombre de una causa –pero ambos mueren, y los amargos se pasan muchos días y muchas noches comentando lo absurdo y lo glorioso de ambas acciones. Ese es el único momento en que el amargo tiene fuerzas para encaramarse a su muralla de defensa y mirar un poquito hacia el exterior, aunque muy pronto se le cansan las manos y las piernas, y regresa a su vida cotidiana.
El amargo crónico sólo nota su enfermedad una vez por semana: las tardes de domingo. Entonces, al no estar trabajando o inmerso en la rutina que alivia los síntomas, se da cuenta de que algo no va bien. Nada bien.
"Desde aquí se ven los días presurosos, la poesía de los locos y la amargura de los cuerdos. Cada día pasan por la ventana como en el cine, actores de la vida improvisando historias. Yo no sé quien me mandó a ser testigo en la ventana, cristal desconsolado, puerta al infinito. ¿Cúantas veces me viste pasar sin acercarme?¿Cuantas veces me viste allí tan indefensa,detrás del lente que vigila todo y se conforma? Siempre vuelvo a este lugar donde no hay nadie, y construyo mi país entre nostalgías"
miércoles, 25 de febrero de 2009
Inventario sobre la normalidad
1] Cualquier cosa que nos haga olvidar nuestra verdadera identidad y nuestros sueños, y nos haga apenas trabajar para producir y reproducir.
2] tener reglas para una guerra.
3] emplear varios años estudiando en la universidad, y después no conseguir trabajo.
4] trabajar de nueve de la mañana a cinco de la tarde en algo que no da ninguna satisfacción, con la condición de poder jubilarse después de treinta años.
5] Jubilarse, descubrir que ya no se tiene energía para disfrutar de la vida, y morir pocos años después, de aburrimiento.
6] Usar botox.
7] Procurar tener éxito financiero, en lugar de buscar la felicidad.
8] Ridiculizar al que busca la felicidad en lugar del dinero, calificándolo de “persona sin ambición”.
9] Comprar objetos como coches, casas, ropas y definir la vida en función de estas
comparaciones, en lugar de intentar averiguar la verdadera razón de estar vivo.
10] No hablar con extraños. Criticar al vecino.
11] Considerar que los padres siempre tienen la razón.
12] Casarse, tener hijos, y continuar juntos aunque el amor haya terminado, alegando que es por el bien de los niños (como si éstos no presenciaran las constantes peleas).
13] Criticar a todo aquel que intenta ser diferente.
14] Empezar el día con un despertador histérico al lado de la cama.
15] Creer que es verdadero absolutamente todo lo que está impreso.
16] Llevar un pedazo de tela de colores atado al cuello, sin ninguna utilidad conocida, pero que todos conocen con el nombre de “corbata”.
17] Nunca ser directo en las preguntas, aunque la otra persona entienda lo que se está queriendo saber.
18] Mantener la sonrisa en los labios cuando se tienen unas ganas locas de echarse a llorar. Y sentir piedad por todos los que demuestran sus sentimientos íntimos.
19] Pensar que el arte vale una fortuna, o que no vale absolutamente nada.
20] Despreciar por sistema lo que se consiguió fácilmente, porque, como no se dio el “sacrificio necesario”, no debe de tener las cualidades requeridas.
21] Seguir la moda, incluso cuando parece ridícula e incómoda.
22] Estar convencido de que todo famoso debe tener guardados montones de dinero.
23] Dedicar mucho esfuerzo a la belleza exterior, y preocuparse poco con la belleza interior.
24] Usar todos los medios posibles para mostrar que, aun siendo una persona normal, uno está infinitamente por encima del resto de los seres humanos.
25] A bordo de un transporte público, nunca mirar directamente a los ojos de la gente, pues tal cosa podría entenderse como un intento de seducción.
26] Al entrar al ascensor, mantenerse orientado hacia la puerta de salida, y comportarse como si no hubiera ningún otro ser humano allí dentro, por muy abarrotado que esté el lugar.
27] Jamás reírse a carcajadas en un restaurante, por muy buena que sea la historia.
28] En el hemisferio norte, elegir la ropa que se lleva de acuerdo a la estación del año: brazos desnudos en primavera (por mucho frío que haga) y pántolones de lana en otoño (aunque haga mucho calor).
29] En el hemisferio sur, llenar el árbol de navidad de algodón, aunque el invierno no tenga nada que ver con el nacimiento de Cristo.
30] Cuando alguien llega a mayor, creerse dueño de toda la sabiduría del mundo, aunque muchas veces no se haya vivido lo suficiente para reconocer lo correcto.
31] Ir a una feria de beneficencia y pensar que con eso ya se ha hecho bastante para acabar con las desigualdades sociales del mundo.
32] Comer tres veces al día, aunque no se tenga hambre.
33] Creer que los otros siempre nos superan en todo: son más atractivos, más competentes, más ricos, más inteligentes, etc. Es muy arriesgado aventurarse más allá de las propias limitaciones: lo más conveniente es no hacer nada.
34] Hacer de un automóvil un medio para sentirse poderoso, y capaz de dominar el mundo.
35] Soltar groserías en el tráfico.
36] Pensar que todo lo malo que hace el hijo de alguien es por culpa de las malas compañías.
37] Casarse con la primera persona que dispone de cierto estatus social. El amor puede esperar.
38] Repetir continuamente “Yo al menos lo intenté”, aunque en realidad no se haya intentado absolutamente nada.
39] Postergar las experiencias más interesantes de la vida para cuando ya no quedan fuerzas para llevarlas a cabo.
40] Huir de la depresión con fuertes dosis diarias de televisión.
41] Pensar que todo lo conquistado se puede dar por seguro para siempre.
42] Creer que a las mujeres no les gusta el fútbol, y que a los hombres no les gusta la decoración.
43] Echarle al gobierno la culpa de todo.
44] Estar convencido de que ser una persona buena, decente, educada, conlleva que los demás la consideren débil, vulnerable y fácilmente manipulable.
45] Estar igualmente convencido de que la agresividad y la descortesía en el trato con los otros equivale a tener una personalidad poderosa.
46] Tener miedo del parto.
47] Por último, creer que la religión de uno, además de la única dueña de la verdad absoluta, es la más importante, la mejor, y que todos los seres humanos de este inmenso planeta que crean en cualquier otra manifestación de Dios están condenados al fuego del infierno.
2] tener reglas para una guerra.
3] emplear varios años estudiando en la universidad, y después no conseguir trabajo.
4] trabajar de nueve de la mañana a cinco de la tarde en algo que no da ninguna satisfacción, con la condición de poder jubilarse después de treinta años.
5] Jubilarse, descubrir que ya no se tiene energía para disfrutar de la vida, y morir pocos años después, de aburrimiento.
6] Usar botox.
7] Procurar tener éxito financiero, en lugar de buscar la felicidad.
8] Ridiculizar al que busca la felicidad en lugar del dinero, calificándolo de “persona sin ambición”.
9] Comprar objetos como coches, casas, ropas y definir la vida en función de estas
comparaciones, en lugar de intentar averiguar la verdadera razón de estar vivo.
10] No hablar con extraños. Criticar al vecino.
11] Considerar que los padres siempre tienen la razón.
12] Casarse, tener hijos, y continuar juntos aunque el amor haya terminado, alegando que es por el bien de los niños (como si éstos no presenciaran las constantes peleas).
13] Criticar a todo aquel que intenta ser diferente.
14] Empezar el día con un despertador histérico al lado de la cama.
15] Creer que es verdadero absolutamente todo lo que está impreso.
16] Llevar un pedazo de tela de colores atado al cuello, sin ninguna utilidad conocida, pero que todos conocen con el nombre de “corbata”.
17] Nunca ser directo en las preguntas, aunque la otra persona entienda lo que se está queriendo saber.
18] Mantener la sonrisa en los labios cuando se tienen unas ganas locas de echarse a llorar. Y sentir piedad por todos los que demuestran sus sentimientos íntimos.
19] Pensar que el arte vale una fortuna, o que no vale absolutamente nada.
20] Despreciar por sistema lo que se consiguió fácilmente, porque, como no se dio el “sacrificio necesario”, no debe de tener las cualidades requeridas.
21] Seguir la moda, incluso cuando parece ridícula e incómoda.
22] Estar convencido de que todo famoso debe tener guardados montones de dinero.
23] Dedicar mucho esfuerzo a la belleza exterior, y preocuparse poco con la belleza interior.
24] Usar todos los medios posibles para mostrar que, aun siendo una persona normal, uno está infinitamente por encima del resto de los seres humanos.
25] A bordo de un transporte público, nunca mirar directamente a los ojos de la gente, pues tal cosa podría entenderse como un intento de seducción.
26] Al entrar al ascensor, mantenerse orientado hacia la puerta de salida, y comportarse como si no hubiera ningún otro ser humano allí dentro, por muy abarrotado que esté el lugar.
27] Jamás reírse a carcajadas en un restaurante, por muy buena que sea la historia.
28] En el hemisferio norte, elegir la ropa que se lleva de acuerdo a la estación del año: brazos desnudos en primavera (por mucho frío que haga) y pántolones de lana en otoño (aunque haga mucho calor).
29] En el hemisferio sur, llenar el árbol de navidad de algodón, aunque el invierno no tenga nada que ver con el nacimiento de Cristo.
30] Cuando alguien llega a mayor, creerse dueño de toda la sabiduría del mundo, aunque muchas veces no se haya vivido lo suficiente para reconocer lo correcto.
31] Ir a una feria de beneficencia y pensar que con eso ya se ha hecho bastante para acabar con las desigualdades sociales del mundo.
32] Comer tres veces al día, aunque no se tenga hambre.
33] Creer que los otros siempre nos superan en todo: son más atractivos, más competentes, más ricos, más inteligentes, etc. Es muy arriesgado aventurarse más allá de las propias limitaciones: lo más conveniente es no hacer nada.
34] Hacer de un automóvil un medio para sentirse poderoso, y capaz de dominar el mundo.
35] Soltar groserías en el tráfico.
36] Pensar que todo lo malo que hace el hijo de alguien es por culpa de las malas compañías.
37] Casarse con la primera persona que dispone de cierto estatus social. El amor puede esperar.
38] Repetir continuamente “Yo al menos lo intenté”, aunque en realidad no se haya intentado absolutamente nada.
39] Postergar las experiencias más interesantes de la vida para cuando ya no quedan fuerzas para llevarlas a cabo.
40] Huir de la depresión con fuertes dosis diarias de televisión.
41] Pensar que todo lo conquistado se puede dar por seguro para siempre.
42] Creer que a las mujeres no les gusta el fútbol, y que a los hombres no les gusta la decoración.
43] Echarle al gobierno la culpa de todo.
44] Estar convencido de que ser una persona buena, decente, educada, conlleva que los demás la consideren débil, vulnerable y fácilmente manipulable.
45] Estar igualmente convencido de que la agresividad y la descortesía en el trato con los otros equivale a tener una personalidad poderosa.
46] Tener miedo del parto.
47] Por último, creer que la religión de uno, además de la única dueña de la verdad absoluta, es la más importante, la mejor, y que todos los seres humanos de este inmenso planeta que crean en cualquier otra manifestación de Dios están condenados al fuego del infierno.
viernes, 6 de febrero de 2009
El cartero
Se llama Bud Spencer
pero jamás conoció el cine.
Era apenas el cartero
Entre tu éxodo y mi énfasis.
Yo buscaba un lápiz feroz para escribirte
un lunes para sorprenderte
un uniforme para su oficio.
El sólo tenía que repetir dos líneas,
como a quien se le ocurre de repente el mar,
apenas viera llegar
la madera breve de tus ojos.
Durante una época fue un cartero exitoso casi un buen final de Hollywood.
Hasta que vino la rara vida
a escribir sus propios parlamentos
a violar la correspondencia privada
a convertir al cartero
en un telegrama oscuro
de esos que ya no vale la pena leer
de tantos días que tienen
en el charco de la última gaveta.
Se llama Bud Spencer
pero nunca se pareció al cine.
Era apenas un extra
en el ensayo general de la derrota.
L.P.
pero jamás conoció el cine.
Era apenas el cartero
Entre tu éxodo y mi énfasis.
Yo buscaba un lápiz feroz para escribirte
un lunes para sorprenderte
un uniforme para su oficio.
El sólo tenía que repetir dos líneas,
como a quien se le ocurre de repente el mar,
apenas viera llegar
la madera breve de tus ojos.
Durante una época fue un cartero exitoso casi un buen final de Hollywood.
Hasta que vino la rara vida
a escribir sus propios parlamentos
a violar la correspondencia privada
a convertir al cartero
en un telegrama oscuro
de esos que ya no vale la pena leer
de tantos días que tienen
en el charco de la última gaveta.
Se llama Bud Spencer
pero nunca se pareció al cine.
Era apenas un extra
en el ensayo general de la derrota.
L.P.
Por calles que eran días...
Por calles que eran días
no buscaba el sol, ni el incendiario cosmos,
ni siquiera una esquina para prostituir al tiempo.
Tampoco era necesario el verso ni engrandecer la existencia,
o caer acaso en la fatiga del pensamiento.
Era simplemente cruzar sin mirar apenas,
desafiante en todo momento,
aunque sin el deseo de una posible desgracia.
La ciudad era inmensa,
con estaciones que pasan,
con veranos sedientos en postales de sirenas,
con la boca del metro,
con una vía láctea de neón
bajo el suelo,
bajo el asfalto.
El amanecer entonces no importaba nada como tampoco importa ahora.
Alguien me llamaba de vez en cuando
para llamar también de vez en cuando a alguien
descubriendo quizás la humillación propia de uno mismo.
Por calles que eran días no había nada,
la ciudad reptaba
con sus ruidos de ascensor viejo,
de vientres desalojados,
pensando quizás
en caminos nuevos donde asediar a una nueva sonrisa.
Por calles que eran días yo no era un presente
sino un secuestro sin esperanza de rescate,
pero eso sí, desafiante en todo momento,
con pistolas entre las cejas, por si las moscas.
no buscaba el sol, ni el incendiario cosmos,
ni siquiera una esquina para prostituir al tiempo.
Tampoco era necesario el verso ni engrandecer la existencia,
o caer acaso en la fatiga del pensamiento.
Era simplemente cruzar sin mirar apenas,
desafiante en todo momento,
aunque sin el deseo de una posible desgracia.
La ciudad era inmensa,
con estaciones que pasan,
con veranos sedientos en postales de sirenas,
con la boca del metro,
con una vía láctea de neón
bajo el suelo,
bajo el asfalto.
El amanecer entonces no importaba nada como tampoco importa ahora.
Alguien me llamaba de vez en cuando
para llamar también de vez en cuando a alguien
descubriendo quizás la humillación propia de uno mismo.
Por calles que eran días no había nada,
la ciudad reptaba
con sus ruidos de ascensor viejo,
de vientres desalojados,
pensando quizás
en caminos nuevos donde asediar a una nueva sonrisa.
Por calles que eran días yo no era un presente
sino un secuestro sin esperanza de rescate,
pero eso sí, desafiante en todo momento,
con pistolas entre las cejas, por si las moscas.
Habría que saberlo...
Puede ser, acaso con la piel huyendo hacia ninguna parte, que la luna se pinte los ojos y con sus labios nos susurre esa canción de amor que seguimos esperando.
Puede ser que una lágrima derramada con amor sea el infinito mar que nos acaricia con sus olas.
Puede ser que una noche de súbitos gritos sea una puerta repleta de estrellas llamando a mi alma que viajan dentro de una gota de saliva nacida en la boca de un inocente niñito de pañales mojados.
Y, por qué no, que las patas de un elefante sean un manto sutil de una crisálida tan desnuda como un hilo.
Yo quiero saber si es posible que mis dudas sean el rumor de la brisa que se come la muerte dejándose peinar como una niña.
Existen, esas aguas tempranas sumergidas en el suelo tendido son una alfombra que casi no respira sueños. Y si lloro es porque quiero regar al viento que se me escapa de las manos.
Escribo sin saber por qué. Es posible que la luz creciente todavía ilumine los bordes de mis ilusiones. Quién sabe si el nombre del beso que me puso el alba es un pecho latiente. O, no sé, un naciente confín de mis recuerdos. Sigilosamente, casi a escondidas, podrían ser unos ojos ajenos a mí por los que observo el milagro de la vida.
Escribiré para el enamorado del mensaje chiquitito con el beso más amplio, sin respuesta para grandes preguntas. Mis manos están cansadas de tanto intentar abrir ventanas que se cerraron con carruajes de ocultos misterios.¿Quién no ama si es capaz de respirar?...
Yo no soy quién para desnudar el color del arco iris; se cruzan en mis adentros un sinfín de orquestas desafinadas. Se escucha mi voz en silencios ancestrales. Grito, grito, como pensamiento alejándose de mi mente: sí, que sí, que sí, que todo es posible si creemos en ello. Porque todo está por hacer...
Lo sé, no me lo repitas: es un soplo la vida. Pero el muelle de mis sueños hace que el verdor de mi telón hable como irrupción de una batalla de flores.Y qué si sueño. Y qué si mis sueños sueñan. Y qué si al despertar estaba soñando que la vida es un sueño.
Habría que saberlo...
Puede ser que una lágrima derramada con amor sea el infinito mar que nos acaricia con sus olas.
Puede ser que una noche de súbitos gritos sea una puerta repleta de estrellas llamando a mi alma que viajan dentro de una gota de saliva nacida en la boca de un inocente niñito de pañales mojados.
Y, por qué no, que las patas de un elefante sean un manto sutil de una crisálida tan desnuda como un hilo.
Yo quiero saber si es posible que mis dudas sean el rumor de la brisa que se come la muerte dejándose peinar como una niña.
Existen, esas aguas tempranas sumergidas en el suelo tendido son una alfombra que casi no respira sueños. Y si lloro es porque quiero regar al viento que se me escapa de las manos.
Escribo sin saber por qué. Es posible que la luz creciente todavía ilumine los bordes de mis ilusiones. Quién sabe si el nombre del beso que me puso el alba es un pecho latiente. O, no sé, un naciente confín de mis recuerdos. Sigilosamente, casi a escondidas, podrían ser unos ojos ajenos a mí por los que observo el milagro de la vida.
Escribiré para el enamorado del mensaje chiquitito con el beso más amplio, sin respuesta para grandes preguntas. Mis manos están cansadas de tanto intentar abrir ventanas que se cerraron con carruajes de ocultos misterios.¿Quién no ama si es capaz de respirar?...
Yo no soy quién para desnudar el color del arco iris; se cruzan en mis adentros un sinfín de orquestas desafinadas. Se escucha mi voz en silencios ancestrales. Grito, grito, como pensamiento alejándose de mi mente: sí, que sí, que sí, que todo es posible si creemos en ello. Porque todo está por hacer...
Lo sé, no me lo repitas: es un soplo la vida. Pero el muelle de mis sueños hace que el verdor de mi telón hable como irrupción de una batalla de flores.Y qué si sueño. Y qué si mis sueños sueñan. Y qué si al despertar estaba soñando que la vida es un sueño.
Habría que saberlo...
Paradoja...
¿Qué sentido tenían mis días ahora que estaba sola en el mundo? ¿Qué sentido tenía incluso cuando estabas tú?¿Y cual era en general el significado de los días de todos los seres humanos?¿Por qué motivo las personas repetían los mismos gestos?¿Por costumbre, por aburrimiento, por incapacidad de imaginar algo distinto, de hacerse preguntas? O tal vez por miedo, porque es más fácil seguir el camino ya trazado.
Mientras empujaba el carrito de supermercado, miraba los rostros blanquecinos bajo la luz de neón y me preguntaba: ¿Qué vida tiene sentido? ¿Y cuál es el sentido de la vida? ¿Comer? ¿Sobrevivir? ¿Reproducirse? Lo hacen también los animales. Y entonces. ¿Por qué nosotros caminamos sobre dos patas y usamos las manos? ¿Por qué escribimos poesías, pintamos cuadros, componemos sinfonías? ¿Solo para decir que la barriga esta llena y que hemos copulado lo suficiente para garantizarnos la descendencia?
Ningún ser humano desea venir al mundo. Un buen día, sin que nos hayan consultado, nos encontramos en medio del escenario, algunos obtienen el papel de protagonistas, otros son simples comparsas, otros salen de la escena antes de finalizar el acto o prefieren bajar y disfrutar del espectáculo desde la platea - reír, llorar o aburrirse, según el programa del día.
A pesar de esta evidente violencia, una vez nacidos nadie se quiere ir. Me parecía una paradoja: no pido venir al mundo, pero una vez aquí, ya no me quiero ir. ¿Cuál es entonces el sentido de la responsabilidad individual? ¿Soy yo el que escojo o soy escogido?
¿Es pues verdadero acto de de voluntad lo que diferencia al hombre de los animales, decidir cuándo marcharse? No escojo venir al mundo, pero puedo decidir cuándo decir adiós: no ha sido por mi voluntad que he bajado, pero sí lo será cuando suba.
Mientras empujaba el carrito de supermercado, miraba los rostros blanquecinos bajo la luz de neón y me preguntaba: ¿Qué vida tiene sentido? ¿Y cuál es el sentido de la vida? ¿Comer? ¿Sobrevivir? ¿Reproducirse? Lo hacen también los animales. Y entonces. ¿Por qué nosotros caminamos sobre dos patas y usamos las manos? ¿Por qué escribimos poesías, pintamos cuadros, componemos sinfonías? ¿Solo para decir que la barriga esta llena y que hemos copulado lo suficiente para garantizarnos la descendencia?
Ningún ser humano desea venir al mundo. Un buen día, sin que nos hayan consultado, nos encontramos en medio del escenario, algunos obtienen el papel de protagonistas, otros son simples comparsas, otros salen de la escena antes de finalizar el acto o prefieren bajar y disfrutar del espectáculo desde la platea - reír, llorar o aburrirse, según el programa del día.
A pesar de esta evidente violencia, una vez nacidos nadie se quiere ir. Me parecía una paradoja: no pido venir al mundo, pero una vez aquí, ya no me quiero ir. ¿Cuál es entonces el sentido de la responsabilidad individual? ¿Soy yo el que escojo o soy escogido?
¿Es pues verdadero acto de de voluntad lo que diferencia al hombre de los animales, decidir cuándo marcharse? No escojo venir al mundo, pero puedo decidir cuándo decir adiós: no ha sido por mi voluntad que he bajado, pero sí lo será cuando suba.
lunes, 2 de febrero de 2009
Tiempos de estar...
El peso de la noche es el peso de las preguntas que no tienen respuesta. La noche es de los enfermos, de los inquietos, no hay manera de liberarse de su tiranía. Se puede encender la luz, abrir un libro, buscar en la radio una voz reconfortante pero la noche sigue ahí al acecho: de la oscuridad venimos, a la oscuridad volvemos y oscuro era el espacio antes de que el universo tomara forma.
Quizá por eso las ciudades son siempre más luminosas y están llenas de atracciones. A cualquier hora de la noche, si se desea, se puede comer, comprar algo, divertirse. El silencio y la oscuridad se ven relegados a las pocas horas en las que vence el cansancio y se debe tratar de recuperar un poco de fuerzas para poder seguir, pero no es un sueño atravesado por el fulgor de las preguntas, es como un desmayo, un breve espacio en el que el cuerpo se ve obligado a ceder a la fisiología, para despertarse después ante una pantalla luminosa de la que nosotros sólo nosotros tenemos el mando de la distancia.
¿En qué crees?, me había preguntado mi tío. En el silencio de la noche daba vueltas y más vueltas en la cama sin lograr encontrar tranquilidad. Sabía que no vendría el sueño pero esperaba, inútilmente, al menos una especie de sopor. La pregunta flotaba en el aire arrastrando consigo tantas cosas, la primera entre todas, su gemela: ¿Por qué vives?
¿En que crees? ¿Por qué vives? A cada niño que nace se le debería entregar un pergamino con estas dos preguntas a las que contestar. Más tarde, con ese mismo folio rellenando con todas las acciones de nuestra vida, habría que presentarse también ante la muerte.
Si borramos la noche y el silencio, de hecho, no queda más espacio para las preguntas y ésta es la función del pergamino; para que cada niño que nace no crea que es sólo un objeto entre otros objetos, quizá el más perfecto, para que sepa (si a lo largo de los años le sucediera que tuviera que pasar una noche en vela) que no es una enfermedad lo que le mantiene despierto sino sólo su naturaleza, porque la capacidad de interrogarse le pertenece al hombre y a ningún otro ser.
¿En qué crees?
Se puede creer en tantas cosas, en la primera que se te propone, por ejemplo: cuando el niño come su papilla, esta convencido de que es la mejor del mundo porque nunca ha probado otras; si un huevo se abre delante de un gato, el pollito que nace buscará alimento en él porque creerá que es su hijo.
Se puede aceptar comer la misma papilla durante toda la vida o bien, en un determinado momento, se puede rechazar y apartar la cara como hace el niño cuando está saciado.
En cambio puede que nos demos cuenta de que no hay nadie que nos ofrezca comida y, así, nos quedamos hambrientos y sedientos, presos de un irrefrenable nerviosismo. Entonces la única manera de calmarse es moverse, pasear, hacer- y hacerse- preguntas buscando un rostro capaz de responder. ¿En qué crees, pues?
Creo en el dolor, que ha estado presente en gran parte de mi vida: es él quien me posee en algunos momentos, quien atraviesa mi mente y mi cuerpo, quien electriza, asola y deforma: es él quien desde el primer instante me ha vuelto fuerte para la vida, ha sido el dolor que ha puesto un temporizador en el corazón, provocando una probable explosión.
Hay dolor, y también alegría en mis primeros recuerdos; ansiedad, miedo y no la serena certeza del sentimiento de pertenencia. ¿De donde viene mi alma? ¿Se ha transformado conmigo o ha manado del misterio del tiempo fuera del tiempo? ¿Ha descendido sobre la tierra, contraviniendo a las leyes de la naturaleza, para poder socorrer a un cuerpo que descuidadamente la ha atraído, condenándola así a vivir en un vaivén, en la inquietud de ningún lugar, del no importa, para qué, para quién estoy aquí, como escuche una vez, de todas maneras todo se reproduce inexorablemente, desde los mohos hasta los elefantes? ¿Seré entonces un individuo producto de la inexorabilidad?
Agosto 2007.
Quizá por eso las ciudades son siempre más luminosas y están llenas de atracciones. A cualquier hora de la noche, si se desea, se puede comer, comprar algo, divertirse. El silencio y la oscuridad se ven relegados a las pocas horas en las que vence el cansancio y se debe tratar de recuperar un poco de fuerzas para poder seguir, pero no es un sueño atravesado por el fulgor de las preguntas, es como un desmayo, un breve espacio en el que el cuerpo se ve obligado a ceder a la fisiología, para despertarse después ante una pantalla luminosa de la que nosotros sólo nosotros tenemos el mando de la distancia.
¿En qué crees?, me había preguntado mi tío. En el silencio de la noche daba vueltas y más vueltas en la cama sin lograr encontrar tranquilidad. Sabía que no vendría el sueño pero esperaba, inútilmente, al menos una especie de sopor. La pregunta flotaba en el aire arrastrando consigo tantas cosas, la primera entre todas, su gemela: ¿Por qué vives?
¿En que crees? ¿Por qué vives? A cada niño que nace se le debería entregar un pergamino con estas dos preguntas a las que contestar. Más tarde, con ese mismo folio rellenando con todas las acciones de nuestra vida, habría que presentarse también ante la muerte.
Si borramos la noche y el silencio, de hecho, no queda más espacio para las preguntas y ésta es la función del pergamino; para que cada niño que nace no crea que es sólo un objeto entre otros objetos, quizá el más perfecto, para que sepa (si a lo largo de los años le sucediera que tuviera que pasar una noche en vela) que no es una enfermedad lo que le mantiene despierto sino sólo su naturaleza, porque la capacidad de interrogarse le pertenece al hombre y a ningún otro ser.
¿En qué crees?
Se puede creer en tantas cosas, en la primera que se te propone, por ejemplo: cuando el niño come su papilla, esta convencido de que es la mejor del mundo porque nunca ha probado otras; si un huevo se abre delante de un gato, el pollito que nace buscará alimento en él porque creerá que es su hijo.
Se puede aceptar comer la misma papilla durante toda la vida o bien, en un determinado momento, se puede rechazar y apartar la cara como hace el niño cuando está saciado.
En cambio puede que nos demos cuenta de que no hay nadie que nos ofrezca comida y, así, nos quedamos hambrientos y sedientos, presos de un irrefrenable nerviosismo. Entonces la única manera de calmarse es moverse, pasear, hacer- y hacerse- preguntas buscando un rostro capaz de responder. ¿En qué crees, pues?
Creo en el dolor, que ha estado presente en gran parte de mi vida: es él quien me posee en algunos momentos, quien atraviesa mi mente y mi cuerpo, quien electriza, asola y deforma: es él quien desde el primer instante me ha vuelto fuerte para la vida, ha sido el dolor que ha puesto un temporizador en el corazón, provocando una probable explosión.
Hay dolor, y también alegría en mis primeros recuerdos; ansiedad, miedo y no la serena certeza del sentimiento de pertenencia. ¿De donde viene mi alma? ¿Se ha transformado conmigo o ha manado del misterio del tiempo fuera del tiempo? ¿Ha descendido sobre la tierra, contraviniendo a las leyes de la naturaleza, para poder socorrer a un cuerpo que descuidadamente la ha atraído, condenándola así a vivir en un vaivén, en la inquietud de ningún lugar, del no importa, para qué, para quién estoy aquí, como escuche una vez, de todas maneras todo se reproduce inexorablemente, desde los mohos hasta los elefantes? ¿Seré entonces un individuo producto de la inexorabilidad?
Agosto 2007.
Amores Tardíos
Suelen nacer de la melancolía de un pasado insatisfecho y el deseo de disfrutar lo que no se ha vivido plenamente. Efímeros, pasajeros y hasta intensos, a menudo se desvanecen dentro de la esperanza ilimitada que crea el amor. Por ello, a veces nos asombra la ingenuidad del amante tardío, el entusiasmo gozoso ante el descubrimiento de la persona amada.
ES UNA VUELTA ATRÁS AL PASADO COMO FUTURO
Su ardiente entusiasmo ignora la realidad del ser que ama y la distancia de años separadora, gozando la precaria ilusión recuperada. Es feliz sólo por momentos, pues “La eternidad es el instante”, hasta que se apaga la exaltación amorosa en una quietud inerte, reposo melancólico y mediativo. Entonces despierta del sueño de amor tardío para descubrir cuanto les separa y plantearse el dilema “La ruptura definitiva o la resignación postrera”
.
Luego con la serenidad de los años, se cree descubrir el amor perfecto en el olvido de la pasión posesiva. Es fácil, encontrar el amor perfecto en el olvido de la pasión posesiva, es fácil encontrar en las veredas de la vida criaturas esplendorosas, bellísimas, que atraen y subyugan, pero las que encienden la luz donde están ¿ O mejor dicho donde esta?
Entonces se vive con sentimiento apagado, sin intensidad vibrante más contemplativa que real, con el único objeto de aspirar la esencia secreta del ser hacia el que se proyecta, pero no se vive el amor con solidez gozar de la superficie carnal de un alma y nada más.
La impotencialidad del hombre está unida a su impotencia porque hay realidades de la materia que nos imitan forzosamente.
Por ello, los amores tardíos aunque por su brevedad descubren la muerte de la vida, son dulces y melancólicos. ¿Pueden comprenderse, unirse estando situados en distintos espacios del tiempo? Algunos dirían que sí, que es posible unir seres distantes y distintos, pero ¿por cuanto tiempo? No importa lo que dure, y pese al abismo de vida y muerte que los separa, es posible vivir un amor profundo que se sabe temporal, finito.
Cuando se está esperando “la mano de nieve” puede brotar el último amor como desesperación por todo lo que no se encontró. La felicidad, el entendimiento recíproco que se realizaría en este último y definitivo amor. Pero como ya no hay futuro, no se puede esperar y se cae en la desesperanza, que es la más aniquiladora y mortal que la desesperación misma.
Este amor que busca reconquista la plenitud no logada, crea una angustiosa melancolía cuya única salida es la muerte como posibilidad cierta. Querer plenitud siempre es un sentimiento real, por ello nos aferramos al último amor como aliento mismo de vida.
Los amores tardíos son pues, trágicos, porque revelan esa infinita melancolía que es la historia de cada hombre.
ES UNA VUELTA ATRÁS AL PASADO COMO FUTURO
Su ardiente entusiasmo ignora la realidad del ser que ama y la distancia de años separadora, gozando la precaria ilusión recuperada. Es feliz sólo por momentos, pues “La eternidad es el instante”, hasta que se apaga la exaltación amorosa en una quietud inerte, reposo melancólico y mediativo. Entonces despierta del sueño de amor tardío para descubrir cuanto les separa y plantearse el dilema “La ruptura definitiva o la resignación postrera”
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Luego con la serenidad de los años, se cree descubrir el amor perfecto en el olvido de la pasión posesiva. Es fácil, encontrar el amor perfecto en el olvido de la pasión posesiva, es fácil encontrar en las veredas de la vida criaturas esplendorosas, bellísimas, que atraen y subyugan, pero las que encienden la luz donde están ¿ O mejor dicho donde esta?
Entonces se vive con sentimiento apagado, sin intensidad vibrante más contemplativa que real, con el único objeto de aspirar la esencia secreta del ser hacia el que se proyecta, pero no se vive el amor con solidez gozar de la superficie carnal de un alma y nada más.
La impotencialidad del hombre está unida a su impotencia porque hay realidades de la materia que nos imitan forzosamente.
Por ello, los amores tardíos aunque por su brevedad descubren la muerte de la vida, son dulces y melancólicos. ¿Pueden comprenderse, unirse estando situados en distintos espacios del tiempo? Algunos dirían que sí, que es posible unir seres distantes y distintos, pero ¿por cuanto tiempo? No importa lo que dure, y pese al abismo de vida y muerte que los separa, es posible vivir un amor profundo que se sabe temporal, finito.
Cuando se está esperando “la mano de nieve” puede brotar el último amor como desesperación por todo lo que no se encontró. La felicidad, el entendimiento recíproco que se realizaría en este último y definitivo amor. Pero como ya no hay futuro, no se puede esperar y se cae en la desesperanza, que es la más aniquiladora y mortal que la desesperación misma.
Este amor que busca reconquista la plenitud no logada, crea una angustiosa melancolía cuya única salida es la muerte como posibilidad cierta. Querer plenitud siempre es un sentimiento real, por ello nos aferramos al último amor como aliento mismo de vida.
Los amores tardíos son pues, trágicos, porque revelan esa infinita melancolía que es la historia de cada hombre.
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